Huellas de un pasado que me consume y me retiene, que por más que mi vida cambie me persigue y me destroza. Tener derecho a equivocarse es de sabios, a pesar de que aquello cambie el perfil de relaciones que lo eran todo, y que ahora tambalean… tambalean…
La perfección no persigue al corazón, a la irracionalidad de dejarse llevar, de dejar jugar a la creatividad sin sopesar en las consecuencias que acarrean. Yo pise en falso, resbale en aquellas noches de locura, y por más que intento apartar todo, me persigue como una enfermedad, la cual ahora percibo sus secuelas, y me duele… me duele…
Sí, me culpo, por querer dar una imagen mía de frialdad y sexual, intentando con ello apartar de mi cada dolor sufrido en el pasado, cada sentimiento robado y no devuelto, pero sin tener en cuenta que sigo siendo esa persona enamoradiza de la vida, esa persona alejada de esta enfermedad de buscar placeres en muros vacios que no significan nada, ese ser que creía en el mas allá como una forma de vida y el cual ahora tiembla en el presente.
Tengo nostalgia de mí, basta con sentir el calor del dolor apretando contra el pecho para darme cuenta que me echo de menos, no me arrepiento de este otro yo que tanto me hace valorar mi verdadera esencia, esa que enamora y que tenía guardada en el cajón de las causas perdidas por miedo a ser otra vez abatida en duelo por almas desocupadas. Ese otro yo despertado por la persona que inconscientemente me ha destellado con el reflejo de mis dos lados más opuestos, haciéndome ver lo que quiero ser, lo que fui y cambie. El dolor más grande no es hacer que veas la parte más difusa de mí, el dolor más grande es verla yo por primera vez en mi mismo y sentir que me he defraudado por primera vez en mi vida.
Ahora que me has dado la llave que me hace recordar lo que era, eres tú el que debe valorar si la debe encajar en su cerradura y dejar abrir este mundo que me haga volver a ser esa persona ilógica pero sensata, que intentara nunca más defraudarse a sí mismo, para no defraudar a nadie, a ti.