Como los pequeños surcos que se forman en mis dedos al escribir las palabras que hacen de todo esto mi vida, busco en mí el sentimiento que me haga arrancar y poder acabar con el desahogo de la lágrima que todavía no consigo soltar. En mis estanterías, discos repletos de canciones que, en su tiempo, me hicieron soltar más de una lágrima, pero que ahora los escuchos sin poder sentir nada. Y es que, no sirve la belleza de una melodía y una letra apropiada para provocar el llanto intencionado, hace falta que tus sentimientos que tienes retenidos se fusionen con las dulces palabras que el artista de la vida experimentó hace ya tiempo e hizo de todo aquello una leyenda, en la que nos sentimos protagonistas.
Maldita lágrima, tan difícil de soltar cuando hace falta. Despreciado llanto, que siempre interpretamos como angustioso e indeseado, cuando tanta ayuda produce a la persona que lo experimenta, y es que mil sensaciones llegamos a experimentar, aunque no siempre los llevemos de una manera controlada.
Ha llegado el momento de recapacitar, dejar al cuerpo expresarse… tiene muchas cosas que decirme, pero mi mente frena cada latido de más, cada sensación de angustia o de asomar una lágrima que empape mi rostro. Quizás ya sea momento de dejar derramar sentimientos atrapados… culpabilidad, tristeza, incertidumbre… quien sabe… no me veo capaz de identificar esto que me invade y que solo me deja ser feliz a ratitos nada más. Lo mío tiene un poco de todo, un poco de un querer a la vida, que odia cualquier cosa que provoque que llegue a ser compartida. Ignorancia de lo joven que lleva a todo a un egocentrismo asumido y agradecido y que durará hasta que termine… esta fase de mi vida.
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